El trabajo ¿dignifica?: la pobreza laboral en Argentina

Si alguna vez se dijo que “el trabajo todo lo dignifica”, la realidad argentina actual nos enfrenta a una pregunta incómoda: ¿qué pasa cuando trabajar ya no alcanza para estar por encima de la línea de pobreza? En el marco del Día del trabajador, nos permitimos reflexionar en torno a un problema estructural y creciente del mercado laboral en Argentina: la expansión sostenida de los trabajadores pobres.

Trabajo, dignidad y pobreza

En la Argentina,  tener un empleo ya no garantiza satisfacer las necesidades básicas: cada vez más trabajadores formales e informales  se encuentran por debajo de la línea de pobreza. Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares (2023), aproximadamente el 33% de las personas ocupadas reside en hogares pobres.

Históricamente, se ha asociado la pobreza con la falta de empleo, bajo la suposición de que un trabajo remunerado es suficiente para cubrir las necesidades básicas de una persona. Sin embargo, la realidad actual muestra que un número cada vez mayor de trabajadores, a pesar de tener un empleo, no están por encima de la línea de pobreza.

Este fenómeno, conocido como «trabajador pobre» , pone en cuestión la capacidad del mercado laboral para garantizar condiciones de vida dignas, lo que plantea interrogantes sobre las características del empleo, las políticas laborales vigentes y el rol de las instituciones laborales.

Trabajar y ser pobre dejó de ser una excepción para convertirse en un problema central del mercado laboral argentino. En los últimos años, en medio de un escenario macroeconómico complejo marcado por la alta inflación, el desempleo y un aumento de la informalidad laboral esta realidad se volvió cada vez más tangible. 

Frente a esta problemática, surgen las preguntas: ¿Cuáles son los factores que explican la persistencia y el crecimiento de la pobreza laboral en Argentina? ¿Cuál es el rol de la informalidad? Analizar las causas estructurales y coyunturales que están impulsando este fenómeno, se vuelve fundamental para comprenderlo y abordarlo.

En la sociedad la vida se estructura en base al trabajo, que se entiende no solo como el medio principal a través del cual se satisfacen las necesidades sino también como una fuente de identidad e integración social (Gomez-Baggethun y Naredo, 2020). En este sentido, en una sociedad verdaderamente desarrollada “el trabajo no es solo una forma de ganarse el pan, sino también un canal para crecer, establecer relaciones sanas, para expresarse, compartir capacidades, sentirse parte en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo” (Francisco, 2020. Carta Encíclica Fratelli Tutti).

Un mercado laboral en el que un porcentaje significativo de la población activa está sumido en la pobreza no solo afecta la calidad de vida de esos trabajadores, sino que tiene implicancias económicas y sociales mucho más amplias. Además, al tratarse de un problema multidimensional, la pobreza laboral refleja tanto fallas del mercado como la incapacidad de las políticas laborales y sociales para adaptarse a un contexto económico cada vez más adverso.

Es por esto que cuando el trabajo no permite garantizar condiciones de vida básicas lo que se erosiona no es solo el ingreso individual sino también el sentido profundo de lo que entendemos por comunidad y justicia social.

En el marco de una nueva conmemoración del Día del trabajador nos permitimos reflexionar en torno a este último punto, que representa un problema estructural y creciente del mercado laboral en Argentina, y el cual lleva a preguntarnos: ¿puede el empleo, en las condiciones en las que se da hoy en Argentina, garantizar una vida digna?

Breve caracterización del mercado de trabajo en Argentina

El mundo del trabajo está en un proceso de transformación constante y acelerado en el marco de cambios en la economía mundial, recurrentes crisis económicas y la innovación tecnológica.

Para comprender el mercado de trabajo argentino se requiere un abordaje que tenga en consideración las heterogeneidades de la población y las realidades de los sectores, considerando las problemáticas autóctonas.

Actualmente, la tasa de actividad se ubica en 48,5%, lo que significa que poco menos de la mitad de la población en edad de trabajar está económicamente activa[1], es decir, está trabajando o buscando activamente empleo. De esta población activa, la tasa de empleo es del 45,7%. Sin embargo, este dato no refleja la calidad del empleo ni las condiciones de precariedad laboral que afectan a una parte significativa de la población trabajadora.

En cuanto a la distribución de los trabajadores según su categoría ocupacional:

  • El 74,3% de los empleados en Argentina son asalariados[2], dentro de esta categoría es importante destacar que el 47,7% formales (asalariados con descuento jubilatorio) y el 26,6% informales (no cuentan con descuento jubilatorio).[3]
  • El 22,1% de los trabajadores son cuentapropistas[4].
  • El 3,32% son patrones[5] y el 0,35% familiares sin remuneración[6].

En esta estructura diversificada, el trabajo como eje ordenador de la vida social se inserta en un escenario fragmentado y cambiante: diversos sectores productivos van adquiriendo mayores o menores niveles de dinamismo según el contexto internacional y la dirección de la política económica, actuando bajo un orden macroeconómico que se caracteriza desde hace décadas por ser inestable. En este marco, ante la falta de coordinación y consensos sólidos, las tensiones derivadas de la puja distributiva en torno a precios y salarios -inherentes a las relaciones de producción- generan conflictos adicionales que pueden agravar problemas estructurales (Fundación Poliedro, 2024).

¿Por qué se empobrecen los trabajadores?

La consolidación del fenómeno de trabajadores pobres,que a partir de mediados de 2017 refleja la caída continua de la relación entre la canasta básica total (CBT) y la mediana de salarios, se víncula directamente con otros fenómenos: el retroceso de la participación de los asalariados en el ingreso, la pérdida sostenida del poder adquisitivo frente al aumento de los precios y el aumento de la informalidad.

Las estimaciones disponibles sugieren que la participación de los ingresos del trabajo asalariado en el ingreso (PIB) ha rondado el 40% con fuertes fluctuaciones a lo largo del tiempo, pero sin una tendencia temporal clara (Fundar, 2025)[7]. Pero en los últimos 8 años se identifica un retroceso sostenido de la participación de los asalariados en el ingreso (RTA), que cayó 6.6 puntos porcentuales, pasando del 51.8% en 2015 (máximo histórico) al 45.2% en 2024 (Fundación Poliedro, 2024).[8] Esto significa que, aunque la economía pueda crecer, el crecimiento no se distribuye equitativamente entre capital y trabajo.

La pérdida sostenida del poder adquisitivo es uno de los puntos más críticos para entender el empobrecimiento de los trabajadores. En un contexto de inflación alta y persistente, los salarios nominales no logran acompañar la suba de precios, lo cual implica que, aun cuando los trabajadores mantengan su empleo, el valor real de sus ingresos se reduce año a año.

En este sentido, la inflación, que es un fenómeno histórico en la economía argentina, se ha constituido como uno de los principales obstáculos al crecimiento durante los últimos años, afectando especialmente a los sectores más vulnerables de la sociedad: en el período 2014-2024, el promedio de inflación ha sido de casi el 70%, lo que refleja la magnitud del problema que enfrentan los trabajadores para mantener su poder adquisitivo.

La informalidad laboral es una de las características estructurales del mercado laboral en nuestro país, que afecta al 42% de los trabajadores[9]. Esta condición se caracteriza por bajas remuneraciones[10] y escaso acceso a empleos de calidad, acompañado de una fuerte desprotección de las instituciones y de protección social, lo que empeora la precarización laboral.

Este fenómeno se distribuye heterogéneamente entre los trabajadores. Si nos centramos en los asalariados sin descuento jubilatorio, que representan casi el 30% de los mismos, podemos ver que la incidencia varía ampliamente según distintas características. Los grupos que se ven más afectados por la informalidad son: las mujeres[11], los jóvenes[12], los trabajadores con menor nivel educativo[13] y aquellos empleados en sectores como construcción, servicio doméstico o en empresas pequeñas.[14] Sobre este último punto, el tamaño del establecimiento en el que se trabaja tiene un impacto decisivo en las condiciones de formalidad del empleo.[15]

Estos datos reflejan un mercado laboral segmentado, desigual y excluyente, en el que para muchos trabajadores representa la puerta de entrada a una trayectoria laboral marcada por la vulnerabilidad.

Cuando el trabajo no alcanza para no ser pobre

La pobreza y la indigencia en Argentina son indicadores que reflejan la complejidad de las condiciones de vida de una parte significativa de la población, en la que casi la mitad vive en condiciones de carencia material: la pobreza alcanza al 42,1%, con el 12,6% son indigentes y el 29,5% son pobres no indigentes.[16] En términos de los hogares, el 32% se encuentran por debajo de la línea de pobreza, la indigencia, por su parte, afecta al 9,2% de los hogares.

Este problema no se distribuye de manera homogénea en la población, sino que impactan de manera más significativa en los más jóvenes. El grupo de entre 0 y 14 años representan el grupo más afectado, siendo que el 58,1%, se encuentran debajo de la línea de pobreza, esto refleja que más de la mitad de los niños viven en hogares pobres, lo que revela una profunda vulnerabilidad estructural que condiciona desde el principio las trayectorias de vida.

Entre los adultos de 30 a 64 años, los niveles de pobreza se reducen en comparación con los grupos más jóvenes, aunque siguen siendo significativos. El 37,7% de las personas en este rango etario son pobres, y dentro de este grupo, el 10,6% se encuentra bajo la línea de indigencia. Este grupo representa una parte importante de la población económicamente activa, por lo que su situación socioeconómica está íntimamente ligada a las dinámicas del mercado laboral, en particular a la calidad del empleo. En particular dentro de la población económicamente activa, el 33,7% no llegan a cubrir con sus ingresos la canasta básica total. Si analizamos el total de la población en edad activa, es decir hombres entre 14 y 65 años y mujeres entre 14 y 60 años, el 45,2% de los mismos se encuentra bajo la línea de pobreza.

En contraste, los adultos mayores de 65 años presentan los índices más bajos de pobreza e indigencia, siendo que el 17,1% de las personas en este grupo son pobres, y de ellos, el 2,5% se encuentran en situación de indigencia. Esto sugiere una menor exposición a la pobreza entre los adultos mayores, posiblemente como resultado de políticas de seguridad social como las jubilaciones y pensiones que, a pesar de sus limitaciones, funcionan como un piso mínimo de protección.

En definitiva, la pobreza en nuestro país no solo es una expresión de las carencias materiales que tiene una parte importante de la población sino también el reflejo de grandes desigualdades que se reproducen afectando a distintos sectores y condicionando las trayectorias de vida.

La pobreza laboral se refiere a la situación en la que un individuo, a pesar de tener un empleo, no logra alcanzar un nivel de ingreso que le permita satisfacer sus necesidades básicas. En otras palabras, el salario percibido no es suficiente para garantizar un nivel de vida digno. Esta contradicción entre el salario como fuente de sustento y la existencia de trabajadores pobres plantea interrogantes sobre los factores que producen y reproducen esta situación.

En el caso de América Latina, la pobreza laboral refleja características estructurales comunes de la región, como la alta informalidad, los bajos niveles de productividad y la desigualdad en el acceso a empleos de calidad. En Argentina, como en buena parte de la región, alrededor del 80-90% de los ingresos familiares totales provienen del mercado de trabajo (Maurizio, 2021), lo que evidencia la centralidad del salario como medio de subsistencia.

En Argentina, la evolución de la pobreza laboral a lo largo de las últimas dos décadas muestra cómo la situación macroeconómica y las políticas públicas pueden incidir en este fenómeno: según datos de la Encuesta de la Deuda Social Argentina (EDSA), entre 2004 y 2012 la proporción de trabajadores en hogares pobres disminuyó de forma sostenida, impulsado por la generación de empleo y la ampliación de programas de empleo y asistenciales. Sin embargo, a partir del 2012, con excepción de algunos años,  fue aumentando de manera sostenida.

Tomando como unidad de análisis el hogar y teniendo en cuentas todas las fuentes de ingreso que percibe, en aquellos hogares no pobres se observa una relevante cantidad de personas ocupadas, siendo la desocupación un número significativamente inferior, a pesar de esto, en los hogares pobres resalta una amplia cantidad de ocupados, siendo más de la mitad de los individuos en edad activa. De esta forma, el 33% de los ocupados residen en hogares pobres.[17]

Si se analiza la situación de cada ocupado de forma individual, considerando pobre a aquel cuyos ingresos personales se encuentran por debajo del valor de la línea de pobreza correspondiente, determinada según sus necesidades específicas, se observa que, en el segundo semestre de 2023, según datos del INDEC, el 23,8% de los ocupados era pobre y el 9,3% indigente. Es decir, uno de cada cuatro ocupados no lograba cubrir con su ingreso la canasta básica total, y uno de cada diez ni siquiera alcanzaba a cubrir la canasta básica alimentaria.

Los asalariados sin descuento jubilatorio representan el 52,7% de los trabajadores pobres, lo cual indica que la ausencia de formalidad no solo limita el acceso a la seguridad social, sino que también se traduce en condiciones laborales precarias y remuneraciones bajas. A su vez, los cuentapropistas constituyen el 34,1% de los ocupados pobres.

En términos de incidencia, el 47% de los asalariados informales son pobres, lo que significa que uno de cada dos asalariados sin descuento jubilatorio no logra con su ingreso cubrir la canasta básica alimentaria y no alimentaria. Por el lado de los cuentapropistas, el 40,8% son pobres, siendo en su mayoría no profesionales. En ambos casos, vemos que la informalidad se presenta como un factor de exclusión material.

Los datos muestran que los asalariados informales suelen recibir salarios netos significativamente inferiores a los de los asalariados formales. Esta brecha salarial tiene múltiples causas, en parte, se explica por ciertas características de los trabajadores informales, entre los que se identifican niveles educativos más bajos, mayor presencia de jóvenes y mujeres, y una concentración en sectores específicos como el comercio, la construcción y el servicio doméstico. Estas condiciones les otorgan un “vector de atributos” menos favorable, lo que resulta en menores remuneraciones.

Otro factor relevante es la discriminación salarial asociada a la informalidad, es decir, la existencia de una diferencia salarial que no se explica por las características del trabajador o de su ocupación, sino únicamente por su condición de informalidad. Esto se traduce en una penalidad a los ingresos que, además, es más alta en los sectores de menores salarios, intensificando el vínculo entre informalidad y pobreza.

En tanto la composición del hogar, la presencia de niñas, niños y adolescentes (NNyA) suele implicar una baja intensidad laboral, lo que contribuye a la condición de pobreza aun cuando los ingresos del trabajador logran cubrir su canasta. De esta manera, casi el 80% de los ocupados que generan ingresos suficientes para sus necesidades básicas no serían considerados pobres si no hubiera personas no perceptoras de ingresos en el hogar. Esta situación subraya que la pobreza laboral en Argentina no se explica únicamente por los ingresos individuales, sino que está íntimamente ligada a las dinámicas familiares y a la presencia de menores en el hogar.

En los últimos años este fenómeno del trabajador pobre ha ido en aumento, en gran medida impulsado por la inflación y la consecuente erosión del poder adquisitivo de los salarios. Este crecimiento revela una relación compleja entre el empleo, ingresos y pobreza, que no solo se manifiesta en remuneraciones más bajas, sino también en un cambio en la composición de los trabajadores afectados, particularmente con un aumento de los informales pobres.

Los trabajadores no registrados se enfrentan a condiciones laborales inestables y carecen de los beneficios de la seguridad social, lo que hace que haya una estrecha relación entre informalidad y pobreza: la falta de estabilidad y las menores protecciones laborales en el sector informal, acompañado de la penalidad salarial, dificultan que estos trabajadores puedan superar la línea de pobreza, incluso en contextos de empleo.

Repensar el trabajo en un nuevo pacto social

Durante mucho tiempo, el trabajo fue planteado como una forma de desarrollarse personalmente, sentirse útil y contribuir a la sociedad, como un derecho que dignifica a aquella persona que lo ejerce. Hoy, esta idea está en crisis, dado que cada vez más trabajadores a pesar de tener un empleo no logran cubrir sus necesidades básicas.

En las últimas crisis de nuestro país no se ajustó por desempleo sino más bien por informalidad, es por esto que Argentina no tiene estrictamente un problema de “cantidad de” empleo, sino de “calidad de empleo”. Los datos nos permiten observar que al interior de los hogares pobres una parte importante de los adultos no están desempleados sino ocupados en puestos informales, caracterizados por mayor inestabilidad y trabajos menos productivos. Esto nos permite ver que el problema no radica en la falta de empleo, sino en las condiciones precarias del trabajo disponible.

Intentar revertir esta situación será poco efectivo sin una macroeconomía estable y un crecimiento sostenido. Es fundamental avanzar en cambios en la matriz productiva de nuestro país, poniendo el foco en sectores con mayor valor agregado y generación de empleo calificado, con políticas que promuevan el desarrollo sustentable y un Estado que promueva la inversión en sectores estratégicos. Además, deben contemplarse los cambios que se están dando en el mundo del trabajo, en relación a las nuevas formas de empleo que nos llevan a repensar los marcos regulatorios existentes.

Con este panorama, las reformas laborales deben pensarse con una mirada integral, que articule con la seguridad social y el sistema previsional. Esta situación necesita cambios estructurales y la construcción de un esquema que contemple una mejora en la calidad de los puestos de trabajo, con salarios reales más elevados, un sistema previsional sostenible, mayor cobertura de la seguridad social, sostenibilidad fiscal y crecimiento económico.

La pobreza laboral nos invita a pensar no solo en las condiciones actuales del empleo sino también en el sentido que le damos al trabajo en la sociedad. Si cada vez más personas tienen un empleo y a pesar de eso siguen sin satisfacer sus necesidades básicas, esto no sólo constituye un problema económico sino también social y político. Debemos recuperar el valor del trabajo como derecho, y para eso, se requiere un nuevo pacto social, con el mercado, el Estado, los sindicatos y la ciudadanía, para volver a poner en el foco la generación de empleo y la dignidad de los trabajadores.

Notas


[1] La Población Económicamente Activa (PEA) es la suma entre los ocupados y los desocupados de 10 años y más, es decir aquellas personas que aportan su trabajo para producir bienes y servicios, lo consigan o no (INDEC, 2011). Al interior de la PEA, un individuo es considerado «ocupado» si durante el período de referencia, realizó algún tipo de trabajo, ya sea remunerado o no, de al menos una hora, generando bienes y/o servicios. Por el otro lado, se considera «desocupada» a toda persona que sin tener trabajo, en la semana de referencia, esté disponible y haya buscado activamente empleo en los últimos treinta días.

[2] Los asalariados son aquellos que trabajan en relación de dependencia, es decir, quienes aportan su trabajo personal a partir de condiciones e instrumentos que le son dados.

[3] Es decir, para este análisis se definirá al trabajo informal como el no registro de una relación laboral asalariada, medido como el empleo que no efectúa una contribución a la seguridad social (Bertranou y Casanova, 2014).

[4] Los cuentapropistas son aquellos que trabajan de forma independiente, empleando su propia fuerza de trabajo, estableciendo sus condiciones y con sus herramientas.

[5] Los patrones son aquellos que trabajan sin relación de dependencia y que establecen las condiciones de producción y emplean al menos a un trabajador asalariado.

[6] Los trabajadores familiares son personas que colaboran en un negocio familiar sin recibir una remuneración a cambio.

[7] https://argendata.fund.ar/notas/distribucion-funcional-del-ingreso/

[8] Es importante aclarar que estos guarismos son “promedios”, y que existe a su interior heterogeneidad sectorial en la distribución del ingreso donde, por ejemplo, en el sector Agricultura, ganadería, caza y silvicultura, la tajada llega a sólo el 18.2% o, en Comercio mayorista y minorista, alcanza el 26,3%.

[9] La informalidad laboral se refiere al conjunto de personas ocupadas, ya sean independientes o en relación de dependencia, que desarrollan sus actividades al margen de las normas que las regulan.

[10] Un asalariado informal gana en promedio un 47,9% menos que un asalariado formal, considerando el ingreso por hora trabajada.

[11] La tasa de informalidad femenina fue 3 puntos porcentuales más elevada que la masculina: total fue 35,8%, siendo 34,5%, entre los hombres y 37,3% entre las mujeres. Si analizamos los distintos grupos etarios la tasa de informalidad femenina supera en todos a la masculina.

[12] La juventud es un factor de alta exposición a empleos informales: las mujeres jóvenes, entre 16 y 24 años, son quienes muestran los valores más elevados, con una incidencia del 69,5%, seguidos por los varones de la misma edad, con 68,6%.

[13] El nivel educativo también es un factor clave para entender la distribución de la informalidad entre los trabajadores: hay una clara correlación entre un mayor nivel educativo y una menor incidencia de empleo informal. Casi 6 de cada 10 trabajadores con hasta el secundario incompleto son informales.

[14] Mientras que hay sectores donde predomina la informalidad, como el servicio doméstico (75%) -caracterizado por una predominante participación femenina-, o la construcción (70,8%) -mayoritariamente integrada por varones-, otros sectores como el sector público y los servicios financieros presentan tasas de informalidad mucho menores, (10,3% y 24,7% respectivamente).

[15] Mientras que las empresas más pequeñas, con hasta 5 asalariados, concentran la mayor proporción de empleo informal, con una incidencia del 73,6%, en los establecimientos más grandes, con más de 40 asalariados, la tasa de informalidad cae drásticamente (9,9%).

[16] Se consideran los 31 aglomerados urbanos cubiertos por la EPH (2°S 2023).

[17] Cuando analizamos la situación laboral de los individuos en edad activa residiendo en hogares pobres vemos que el 53,7% de los mismos son ocupados, el 7% desocupados y el 39,3% se encuentran fuera de la fuerza de trabajo. Por otro lado, en el caso de los hogares no pobres, el 78,3% de los adultos se encuentran ocupados, el 2,3% desocupados y el 19,4% restante fuera de la fuerza de trabajo.

Referencias

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