Milei, Trump y el Nuevo Orden Mundial

El cuarto mes de este 2025 comienza con un nuevo viaje de Javier Milei a los Estados Unidos -el décimo de su mandato- , está vez para recibir un premio de índole personal (el premio “León de la Libertad”) en Mar-a-Lago, una de las propiedades de Donald Trump en Palm Beach, Florida, en el ámbito de la gala “American Patriot” organizada por la Fundación “Make América Clean Again”.

Mientras el gobierno nacional mantenía la expectativa de un encuentro entre los presidentes, Trump anunciaba (y en forma previa al mitin en sus condominios) la aplicación de aranceles recíprocos para la producción extranjera de forma generalizada, generando de está forma un cimbronazo en la estructura internacional; dicha acción perjudica tangiblemente a la Argentina pero, paradójicamente, fue agradecida por Milei al ritmo del clásico de Queen “Friends will be friends”. Vale aclarar que el encuentro bilateral -informal- y la tan ansiada foto-señal, por su parte, nunca se concretaron.

En este marco, creemos oportuno abordar el vínculo entre Argentina y Estados Unidos en esta nueva etapa, frente a un nuevo ordenamiento internacional que se asoma con una guerra comercial desatada a gran escala, que ya tuvo en los primeros días posteriores al anuncio de Washington respuestas de actores de peso como China, además de posibilitar las lecturas que marcan estos hechos como el tan anunciado fin de la globalización.

Con está perspectiva, y lejos de las urgencias coyunturales que aquejan al gobierno argentino vinculadas al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional  (al cual el vínculo personal Milei/Trump debería abonar a priori), nos proponemos reflexionar sobre las raíces y puntos en común de dos movimientos políticos que adquirieron sorpresivamente la forma de proyectos de poder, y que se hicieron de la investidura presidencial de dos países que han tenido, en líneas generales, una compleja relación bilateral.

1. Dos caminos que se encuentran

Entre 2017 y 2019 Javier Milei llenaba los teatros de la Ciudad de Buenos Aires, donde el público cantaba en contra de funcionarios del entonces gobierno de Cambiemos, principalmente contra la figura de Marcos Peña. El entonces súper Jefe de Gabinete de Cambiemos (2015-2019), era la representación del deep state, el perfecto tecnócrata, la casta. Ese libertarianismo -por ahora porteño- que se estaba engendrando frente a un gobierno del palo -en términos económicos-, pero que resultó tibio y progre friendly, en Estados Unidos ya era oficialismo desde que Trump llegó por primera vez al poder en enero de 2017.

El movimiento MAGA[1] había condensado lo que explotó en las marchas disruptivas del Tea Party entre 2011 y 2014[2], y también había bebido de fuentes históricas del conservadurismo fanatico/evangélico, mezcladas con la paranoia y el trauma post 11-S. A partir de 2020, Milei deja de ser un fenómeno capitalino y adquiere mayor notoriedad -por ahora solo mediática[3]– a nivel nacional, mientras Trump estaba siendo eyectado de la Casa Blanca. La pandemia y sus consecuencias, sin embargo, comenzarían a dejar al descubierto a aquel “Estado bobo” que ambos combatían. Cinco años después, de estar tan lejos del poder, ambos son presidentes en las puertas de un nuevo orden mundial.

En este regreso de Donald Trump al Despacho Oval, Estados Unidos está estructuralmente más débil que en 2016, pero no tanto en realidad: es cierta la pérdida de influencia global ante el aumento de la participación en la economía internacional de otros actores -principalmente China-, además de evidenciar problemas internos como la inflación, el déficit crónico en la balanza comercial, entre otros.

Sin embargo, y con estos problemas a cuestas, las acciones iniciales (desde una retórica imperial o la imposición de aranceles) en este segundo gobierno MAGA, pretenden demostrar una renovada fortaleza: “poner a Estados Unidos primero”, slogan reciclado por el vicepresidente J. D. Vance[4], a quien muchos presagian como el heredero del movimiento trumpista.

Algo de todo esto es cierto: la multipolaridad que se sugiere hace más de una década, no termina de eclosionar mediante un pronunciado declive estadounidense. Por otro lado, el trumpismo ideológico hegemónizo al Partido Republicano y se lanzó a la conquista de las mentes. El gobierno en Washington y la élite tecno-empresaria en California -los “hacedores del capitalismo en la nube”[5]–  parieron una suerte de Pacto de la Moncloa, que condujo a los pobres del “cinturón del óxido”[6] y los llevó a la victoria, pero que además, marca el compás de la hegemonía cultural de la extrema derecha en el mundo occidental.

Pero a no confundirse: un gobierno sin pasiones democráticas y tendencia autoritaria en la Casa Blanca –o en la Rosada-, que despierta la excitación de los think tanks ultra liberales y escandaliza a la élite metropolitana altamente calificada, no es exclusivamente un emergente propio de los dramas sociales de occidente, sino que ya se había desarrollado fuera de sus ejes cartesianos: la Rusia Unida de Putin gobierna persiguiendo a la tropa woke desde hace 24 años, y en China el ala conservadora de Xi gobierna desde 2013 con aspiraciones globales desde una agresiva híper- tecnocratización del estado-partido.

La administración argentina arribada en 2023 tuvo una lectura -y una consecuente retórica- excesivamente idealista en sus primeros meses: la política exterior a cargo del presidente adscribió al mesianismo[7] que históricamente conducen sus odiados demócratas, con Biden a la cabeza, lo mismo que había hecho la administración de Cambiemos en 2015 (aunque sin insultos a los países no occidentales). Sin embargo, cuando Trump llegó al poder en enero del 2017, el entonces presidente Macri vio su mundo despedazarse: la deseada continuidad Obama-Hillary garantizaban la hegemonía de una derecha blanda, liberal también en lo social, con preocupaciones ecológicas, incluso por momentos progresista. El primer Trump descartó las ideas de aldea global y cosmopolitismo sobre las cuales cabalgaba el PRO, y en está segunda versión, parece ir un poco más allá. 

Javier Milei enfrenta un dilema similar a aquel que enfrentó Macri ante el cambio de gestión estadounidense, sobre todo por sus propias posiciones iniciales, aunque debemos admitir las notorias diferencias para con su referencia comparativa: una es la comprobable afinidad ideológica y personal entre Milei y Trump, conexión que este último jamás tuvo con Macri (tal vez en función de un pasado de tensiones y negocios en donde ambos eran jóvenes, ricos y de familias poderosas). Otra diferencia, es que Milei se acomodó más rápidamente al giro realista de la política exterior estadounidense y en realidad, podríamos hasta decir que es consecuente en su alineamiento automático, sean estos demócratas o republicanos, implique esto recibir a Zelenski en la asunción o votar en contra de Ucrania en la ONU: el gobierno argentino hará lo que la Casa Blanca ordene, sin más.

Con estos elementos expuestos hasta aquí, debemos ahora explorar la evolución del vínculo bilateral entre Estados Unidos y Argentina a partir del retorno de Trump, entendiendo que este segundo gobierno trumpista contiene una lectura más definida del orden global, tiene metas mucho más ambiciosas de política exterior, y Estados Unidos es aún una potencia con los medios suficientes para incidir sustancialmente en el sistema internacional[8].

Ante este nuevo escenario, la Argentina de Milei parece continuar el alineamiento sin condicionantes a Washington, al tiempo que adolece del “síndrome de patrulla perdida”[9], en un tablero mundial que el republicano conoce, comprende y lo juega, pero el libertario ignora completamente, anclado en un mundo con características más parecidas al de los tiempos de la guerra fría que al actual, declarando -casi en forma atemporal- que “Occidente está en peligro, porque aquellos que supuestamente deben defender sus valores, se encuentran cooptados por una visión del mundo que –inexorablemente– conduce al socialismo”.

2. Los puntos neurálgicos en la política exterior de Trump

La mayor parte de los análisis esbozados luego del discurso de asunción (y ratificado en sus subsiguientes apariciones públicas) coinciden en que existen tres vértices de la política exterior de la administración Trump, mucho más reconocibles que durante su primer mandato; estos serían:

Constituye el primer nivel de la geopolítica, donde solo se ubican Estados Unidos, Rusia y China. En el imaginario de Trump, es un mundo de hombres fuertes, prefiriendo la interlocución directa con los líderes de Rusia y China que con sus pares europeos, a quienes tiende a considerar débiles. Hay una novedad en este punto: esa multipolaridad, que parecía ser una consecuencia no deseada del declive estadounidense, se vuelve parte de la estrategia externa de la política exterior de Trump.

Aquí se exhibe la mirada sistémica de la administración de los Estados Unidos: Girardi habla del reconocimiento de un “orden tripolar” donde se apela a la responsabilidad de los tres principales actores, la cual a su vez está determinada por códigos geopolíticos compartidos: estados fuertes, territoriales y áreas de influencia reconocidas explícitamente por las contrapartes.[10]

La doctrina realista que aplica Trump se basa en una sola verdad: el único orden inestable es el unipolar[11]. No abundan, por otra parte, ejemplos de órdenes tripolares en la Historia, y la bibliografía realista clásica asigna mayor equilibrio a los órdenes bipolares, junto a las teorías de Kissinger sobre un multipolarismo de cinco (donde en realidad solo importaban dos). Un posible futuro tripolar carece por el momento de una buena base teórica, amén de los desarrollos para definir el multipolarismo incluso de académicos marginados, como Alexander Duggin.

En este incipiente orden tripolar, Estados Unidos tiene bien claro que China es su contrincante, y el acercamiento a Rusia, en el marco del retiro de la guerra de Ucrania, debe leerse en esa línea: reeditar el famoso acercamiento de Nixon- Kissinger con Mao a fin de aislar a Moscú, pero al revés.

Suelen leerse también desde la academia liberal, apelaciones a la inestabilidad de las propuestas de Trump -aunque más basadas en la antipatía cultural a los países no occidentales-, y en esa línea, se lo compara con periodos de alta vulnerabilidad del sistema internacional como la “era del imperio”[12] o el periodo entreguerras. Tanto la competencia imperial previa a la Primera Guerra, o el famoso periodo entreguerras que va de 1919 a 1939, son órdenes no hegemónicos, o anárquicos, que no aplican a este caso: en aquellos, las potencias se desafiaban militarmente por la hegemonía unipolar con cosmovisiones totalitarias; hoy, las tres grandes potencias se reconocen y entienden la suma negativa del factor militar directo, al margen de sus intervenciones bélicas localizadas (Siria, Israel, por ejemplo). Para ellos, un orden tripolar podría bien funcionar -al menos transitoriamente- a sus intereses nacionales.

En este marco, Argentina hace una apuesta all in por una de las tres potencias, Estados Unidos, mientras mantiene una relación oscilante con constantes tensiones con las otras dos (China y Rusia). En relación a China, el gobierno mileista ha actuado a contramano del posicionamiento argentino en política exterior durante los últimos 20 años -en sintonía con la expansión china en tanto jugador global-, y las características impresas por el gobierno libertario han generado una presión negativa sobre el vínculo bilateral, en función de señales y declaraciones desafortunadas de la gestión Mondino en cancillería, sobre todo durante la primera etapa de la nueva administración, que intentó matizar el presidente posteriormente.[13]

En relación a Rusia, el derrotero fue similar. Desde el inicio de la gestión Milei, la postura Argentina ante la guerra de Ucrania fue el respaldo absoluto a Zelenski (invitado a la asunción presidencial). Luego de la asunción de Trump, dicho respaldo tuvo que ser desandado en un giro de 180 grados, lo cual llevó al país a dejar de condenar la invasión rusa -en la reunión aniversario de la Asamblea General de la ONU, donde la Argentina se abstuvo-, situación diplomática que no había sucedido nunca desde iniciado el conflicto bélico en febrero del 2022.

Este tipo de posicionamientos que descuidan vínculos y posturas de orden histórico no arroja hasta el momento beneficios concretos para el país; en cambio, amenaza con dejarlo en una situación de extrema dependencia al devenir de Estados Unidos y de un débil aislamiento no solo político-diplomático, sino también de los esquemas de desarrollo económicos y financieros.

Es el segundo nivel de las relaciones internacionales para Washington, destinado sobre todo a las potencias emergentes del BRICS+, fundamentalmente a China -pero podría destacarse el caso de India-, la Unión Europea y sus socios asiáticos (Corea del Sur y Japón), y que se traduce en un fortalecimiento de la posición comercial y financiera estadounidense frente a este conjunto de países. Para estos últimos, además, supone el retiro de los socios norteamericanos de otros compromisos colectivos, como el de seguridad.

Cual Perón en aquel 9 de julio de 1947, Trump declaró el pasado 2 de abril la “independencia económica” de Estados Unidos, materializando amenazas recientes a través de un paquete de medidas arancelarias que afecta a gran parte del comercio internacional, con un piso del 10% para todos los productos importados, con el objetivo de proteger la industria norteamericana.

En este marco, al límite del paroxismo -y sin capacidad de hacer valer el alineamiento incondicional en pos de un trato preferencial-, el gobierno argentino se muestra agradecido por la aplicación de los mismos aranceles que se le aplicarán a Brasil, Colombia y Chile, quienes supieron marcar sus diferencias con mandatario estadounidense.

En el plano interno, al tiempo que hace uso de la caja de herramientas de la alt-right en su cruzada contra el wokismo, se atomiza sobre la cosmovisión del presidente argentino, la cual se diferencia claramente de la de Trump en las cuestiones económicas vinculadas al modelo de desarrollo: Milei rechaza el nacionalismo, el proteccionismo y el desarrollo tecnológico de base nacional, optando por posturas neoliberales nuevamente anacrónicas[14].

La seguridad internacional deja de ser un principio rector de la política exterior estadounidense, y se retorna a una concepción hemisférica de seguridad nacional. Este tal vez sea el punto más polémico, calificado como una suerte de relanzamiento de la Doctrina Monroe (América para los americanos) combinada con una vocación expansionista a través de la pretendida anexión de Canadá y Groenlandia, o la recuperación del control del Canal de Panamá. En definitiva, Estados Unidos se cierra sobre su entorno geográfico enviando un mensaje a Rusia y China: no nos metemos en Ucrania o Taiwán, ustedes no se metan en América. Sin embargo, en este punto podemos también incorporar la fortificación de Israel, como enclave estratégico cercano al Heartland[15].

Los tres ejes mencionados tienen puntos de contacto y se entrelazan a distintos niveles; por ejemplo, el proteccionismo y la repatriación de las industrias de alta tecnología (como la de los semiconductores) afecta los otros dos vértices: Estados Unidos pretende la vuelta de las empresas y fábricas instaladas por ellos mismos en Taiwán en la década de 1970, lo cual debilita a la Isla frente al Continente.

Los países como Argentina, que se categorizan como potencias regionales, o países emergentes, aparecen como actores en el segundo nivel -el de las relaciones internacionales de los Estados Unidos-, aunque por determinantes geográficos, nos ubicamos también en el tercero -el de entender al continente como parte de su seguridad nacional-.

En este punto, las miradas ideológicas afines entre los mandatarios se separan en el plano externo: para Trump, Argentina es solo otro país que debe acatar las decisiones comerciales y financieras de Estados Unidos y debe moderar sus reclamos soberanistas en el Atlántico Sur.  El resultado de acceder a estas exigencias es romper líneas históricas de nuestra diplomacia, profundizando en muchos aspectos la vulnerabilidad comercial y productiva.

Lo interesante de estos tres puntos -y que confunde profundamente a quienes profesan una línea dura del liberalismo en el orden interno pero exhiben un idealismo ingenuo en el plano externo-, es que parecen buscar desmantelar el mismo orden global que Estados Unidos promovió desde Bretton Woods. De hecho, las críticas a instituciones canónicas como la ONU o la OTAN, provienen mucho más del gobierno de Trump (y en consecuencia de Milei) que de sus pares Putin y Xi Jinping. Estados Unidos pareciera querer dejar atrás al orden liberal que lo transformó en la única potencia global (a costa de alejarlo de su espíritu nacional).

No obstante, el mundo actual hace imposible el retorno de los Estados Unidos a la belle epoque del aislacionismo y la posguerra civil. En ese sentido, el respaldo de un actor como Silicon Valley está en la línea de poner el poder tecnológico de los Estados Unidos en función de su poder hegemónico. No obstante, hay un laberinto casi sin escapatoria: la retórica del estado fuerte ligada a la vida del industrialismo cristiano, puede chocar con el ideario extremo de los señores tecno-feudales[16] como Musk, los cuales ya no quieren vivir bajo la ley de ningún estado, embrujados por su propia visión de un liberalismo extremo controlado por IA.

3. El imaginario libertario frente al cambio del escenario internacional

Cuando Milei asumió el gobierno en diciembre de 2023 enunció el trazado de una “nueva doctrina de política exterior”, basada en el hiper-occidentalismo, el personalismo y la religión.  La retórica de campaña, en contra de un orden marxista a nivel global comandado por Rusia y China, se exacerbó en los primeros meses de gobierno, lo cual ha sido calificado como actuaciones sobre-ideologizadas y extemporáneas, basadas en una mirada cuasi-nostálgica de la Guerra Fría combinada con elementos del “choque de civilizaciones” de Huntington.[17]

La lectura del gobierno libertario estuvo circunscripta a la mirada casi exclusiva del Presidente: vale recordar la suerte de la ex-canciller Mondino, quien tras el desgaste de una deslucida y poco preparada gestión, fue desplazada de su cargo por votar a contramano de Estados Unidos e Israel en una Asamblea General de la ONU. Ese mundo según Milei, estuvo también motivado en sus primeros momentos por el idealismo mesianico de los demócratas de la Casa Blanca: Biden y Milei comparten el hecho de considerar a Estados Unidos como el único hegemón confiable y legítimo.

Como hemos comentado anteriormente, Trump busca reconocer un orden tripolar basado en la máxima realista de la inestabilidad sistémica de la superpotencia solitaria: ser esa superpotencia, conlleva costos insostenibles, y abrir el juego parece ser una decisión racional. Aquí subyace una gran paradoja para los libertarios, que nace de su ingenuidad irracional para leer el mundo: apegarse al mundo unipolar que el propio Donald Trump critica desde hace 10 años. En este punto, nos puede resultar útil la comparación entre el escenario actual y el periodo de la decadencia británica a principios del siglo XX, en lo que Luciano Anzelini describe como el “síndrome de la patrulla perdida”[18].

El escenario actual tiene elementos similares a ese esquema, pero Estados Unidos conserva un poder mucho mayor al del Reino Unido en aquel momento: ninguna potencia la supera aún en el plano militar, y la incidencia cultural sobre todo el globo es superior a la británica. El declive británico, si bien puede explicarse en un proceso de casi 50 años, fue abrupto a partir de una guerra sistémica, la cual no forma parte de la agenda trumpista de política exterior.

Otro punto interesante de la comparativa histórica es la lógica triangular de las relaciones externas de nuestro país con las potencias del periodo:  a la estudiada relación triangular entre Argentina, Estados Unidos y el Reino Unido, se dibuja hoy una relación triangular con los primeros dos actores, y China como el tercero. Es un dato objetivo el crecimiento de la importancia de Beijing en el armado de la política exterior argentina, en función de una relación comercial y diplomática siempre ascendente. Aquí es donde aparecieria más nítidamente el síndrome antes explicado, volviendo sobre un alineamiento irrestricto a Estados Unidos y perdiendo la oportunidad china.

En este argumento nos permitimos hacer una salvedad: Alzelini retoma el concepto de “orden no hegemónico” de Robert Cox, el cual es por demás interesante, pero creemos que no es el buscado por las tres grandes potencias, que actualmente muestran señales de querer ensayar un equilibrio hegemónico, no tan expuesto a la anarquía de las guerras hegemónicas de Gilpin. Sin embargo, es muy útil la referencia del artículo en cuanto al diagnóstico de la ambivalencia y falta de rumbo de la política externa de nuestro país: la pérdida del mundo imaginado, se materializa en golpes de realidad -y realismo- relevantes como los aranceles y tarifas diferenciadas que pagarán nuestras industrias que exporten al norte.

Hay un punto donde podríamos otorgar una lectura correcta al gobierno de Milei en el plano externo: la decadencia de los organismos multilaterales y su incapacidad de encontrar soluciones colectivas a muchos problemas globales. El presidente argentino es un entusiasta del mundo de líderes fuertes que propone Trump, y de la retórica anti-Naciones Unidas como promotores de la Agenda 2030 y toda su batalla cultural. No obstante, la ONU seguirá teniendo vigencia en cuanto al funcionamiento principal de su Consejo de Seguridad, y para la diplomacia argentina, actuar en su ámbito de forma agresiva e irracional solo traería aparejado efectos negativos sobre reclamos históricos del país, como el caso Malvinas: el amplio apoyo de la Asamblea General a los argumentos argentinos podría mermar, junto con decisiones insólitas como votar en contra de un país invadido como Ucrania (teniendo territorio nacional en el Sur invadido por Reino Unido), donde cabía, como mucho, la abstención, y al margen de las posiciones de consumo interno sobre la guerra iniciada en 2022.

4. Los dilemas históricos del liberalismo argentino

Al margen de sus vertientes clásicas, neo o libertarias, lo que podríamos denominar grosso modo como el pensamiento liberal en la Argentina, siempre ha sufrido de la misma dolencia: la lectura anacrónica de su escenario exógeno. El único momento coyuntural donde el liberalismo argentino tuvo una lectura correcta -e inmediata- del orden global a su alrededor, fue cuando los condujo un peronista como Carlos Saúl Menem.

La ambivalencia y el equívoco permanente de este primer año y medio de la gestión libertaria, con contramarchas casi humillantes como el caso de Brasil, China, o Ucrania, solo está contrapesada por un alineamiento ideológico y cultural que por el momento no da dividendos: las cumbres de la CPAC[19] y los desafíos inertes en Davos no mejoran la posición de nuestro país en el lugar que nos toca dentro de la estrategia de Trump -el segundo nivel de las relaciones internacionales-. Las exportaciones caerán y el Fondo Monetario solo se limita a elogiar al gobierno argentino, sin modificar las condiciones duras de un nuevo préstamo. Asimismo, en el primer nivel de la geopolítica, y por más que el presidente se confunda y crea lo contrario, Javier Milei es un actor irrelevante.

Sin embargo, debemos admitir que el propio Milei parece haber entendido parte de este juego: las declaraciones altisonantes para con los enemigos comunistas del mundo son solo para los actores sociales e instituciones que promueven el wokismo, ya no contra potencias globales y estatales como China. La insustancialidad del movimiento libertario para con la política internacional no está ahora tanto en el pensamiento del presidente, sino en sus bases intelectuales orgánicas.

Para entender este punto, nos vamos a detener brevemente en un artículo publicado hace algunas semanas en la Revista Seúl, escrito por Alberto Ades, y titulado “Trump contra el orden liberal”[20]. El mismo evidencia que la intelectualidad orgánica del pensamiento liberal argentino continúa presa de su propio “síndrome de patrulla perdida”, en su lectura del sistema internacional, y será interesante observar como la propia tropa del mileísmo duro discute con estas ideas.

El artículo citado parte de la idea de que si bien Estados Unidos está en un proceso de declive hegemónico, Rusia y China también lo estarían en función de errores estratégicos, los cuales en realidad solo son aplicables a Rusia, como Siria y Ucrania. Esto daría a Estados Unidos la chance de reconstruir un orden liberal cuestionado, devolviendo su hegemonía unipolar la cual además había beneficiado a Estados Unidos, frente a la inestabilidad de sistemas históricos que tuvieron más de un hegemón. Este análisis, exhibe un idealismo sobredimensionado del equilibrio que trajeron aparejados compromisos multilaterales en épocas de Guerra Fría, cuando la definición auténtica de ese equilibrio se determinaba siempre y en última instancia, en el eje bipolar representado por el Teléfono Rojo.

El artículo da por sentado lo que significa el desentendimiento primigenio: que Estados Unidos es inherentemente liberal; Estados Unidos es un país cuya historia se debatió entre múltiples líneas -aislacionismo, americanismo, globalismo, realismo, liberalismo, belicismo-, y que ha promovido valores como la democracia y el liberalismo sólo en contextos beneficiosos a sus intereses estratégicos definidos en función de su percepción de seguridad. Cuando sus intereses lo dictaron, promovió dictaduras, guerras y genocidios.

Hoy ese contexto cambió, y no tanto por los desvaríos personales de un líder indescifrable y cambiante como Trump: los valores liberales, en el plano externo, no son hoy funcionales a la premisa de restaurar parte del poder perdido, y en la percepción de seguridad de Washington, de hecho el orden liberal constituye un obstáculo. Cómo articular la lectura de este nuevo escenario y reorganizar una política exterior paralizada desde fines del año pasado, es el desafío que el gobierno de Milei no logra resolver, acercándose a la larga lista de fracasos del liberalismo argentino en política exterior.


NOTAS

[1] Un aspecto interesante a de las extremas derechas organizadas, es que ese liberalismo conservador se para desde una lógica orgullosamente populista: mientras la izquierda discutía académicamente el “populismo” intentando democratizarlo, la alt right global formó enormes movimientos populares -así como cibernéticos- con una fuerte dosis de culto a la personalidad.

[2] Como una parodia planteada por Michael Moore en “Bowling for Columbine” (1999), Estados Unidos era la encarnación libertaria, conservadora y derechista del pueblo en armas que reclamaba la izquierda setentista.

[3] Vale la pena escindir la dimensión tradicional de la exposición mediática en canales de televisión de aire y cable, que amplifica lo que sucedía en redes sociales: ni Milei, ni tampoco Trump, son un fenómeno solo de redes sociales o del under cibernético.

[4] Para acercarse a la figura clave de Vance, recomendamos el articulo: https://www.bbc.com/mundo/articles/c3d800y3n90o .

[5] “El tsunami Trump”, https://www.revistaanfibia.com/el-tsunami-trump/.

[6] Franja territorial de los estados del centro de los Estados Unidos, vinculados a las industrias tradicionales (hidrocarburos, carbón, metalurgia, siderurgia), más extractivista y manufactureras, frente al desarrollo de los servicios informáticos y de comunicaciones de las grandes urbes costeras. Es también la referencia geográfica para la white trash, mediante una interpelación mucho mayor a su identidad cristiana-conservadora, ante el globalismo multicultural de las grandes ciudades.

[7] El idealismo, que históricamente caracterizó a la política exterior de los demócratas desde el presidente Woodrow Wilson después de la Primera Guerra, tiene un componente mesianico en cuanto pretende moldear el mundo a su propia visión (democracia, libertad, libre mercado), considerándola como la única legítima, frente a la actuación más cercana al “realismo” moderada y pragmática de la mayoría de las administraciones republicanas en el escenario internacional.

[8] No queremos decir que su primer gobierno no lo tuviera: llevó adelante un acercamiento a Rusia y Corea del Norte, enfrentó a China, y mantuvo los  vicios de la derecha estadounidense en Cuba e Israel. Pero este segundo mandato está fuertemente atravesado por la invasión rusa a Ucrania, lo cual obliga a posiciones más claras en cuanto a la estructura del sistema internacional para una potencia como Estados Unidos: Trump reconoce que el orden multipolar ya es una realidad, aunque entiende que la misma no excluye a Estados Unidos, lo cual resulta en su principal oportunidad.

[9] El concepto de “patrulla perdida” es utilizado por Luciano Anzelini y hace referencia al caso de un sargento del Ejército Imperial Japonés encontrado en una remota isla del Pacifico en la década de 1970, el cual creía que la Segunda Guerra Mundial continuaba en marcha. Un primer punto a destacar, es que Anzelini extrapola este concepto para comparar la atadura de la élite gobernante criolla a la política exterior del imperio británico en el periodo de su decadencia, y como escribiera Carlos Escude, está decisión representó una oportunidad perdida en el nuevo orden emergente con Estados Unidos como protagonista (https://www.elcohetealaluna.com/sindrome-de-la-patrulla-perdida/)

[10] Girardi, Enzo (2025). “El tsunami Trump”, disponible en https://www.revistaanfibia.com/el-tsunami-trump/

[11] Autores clásicos como Kenneth Waltz criticaron al orden unipolar dentro de su esquema neorrealista de la estructura del poder global; pero también la crítica se da en autores de corte sistémico, como Wallerstein, e incluso marxistas como Robert Cox.

[12] Hacemos referencia al periodo 1875-1914, presente en el título del último tomo de la trilogía clásica de Eric Hobsbawm, “La era del Imperio. 1875-1914” (1987).

[13]  Fundación Poliedro (2024). El mundo según Milei ¿hacia una nueva doctrina de política exterior? Análisis de un año de política exterior. Dirección de Política Exterior y Defensa Nacional. Fundación Poliedro. Diciembre, 2024.

[14] En este sentido, tenemos la aceptación sin margen de negociación al establecimiento de aranceles por parte de Estados Unidos del orden del 10% a productos alimenticios, químicos, acero, aluminio, y textiles -entre otros-, promovidos por Trump como declaración de independencia económica en su Liberation Day, y aplicados (en ese rango) a todos los países de la región.  Como contraparte, el gobierno ensayara un intento por negociar, en algún momento, un posible Tratado de Libre Comercio (TLC) bilateral (Infobae, 3/4).

[15] El término hace referencia a la geopolítica europea del último tercio del siglo XIX, particularmente los escritos del británico Mackinder, quien daba preeminencia a la región central de Eurasia como el área pivote del dominio global, y el control de este vasto territorio por una sola potencia garantiza su hegemonía. Lo interesante del debate de la geopolítica europea de fines del siglo XIX, es la rivalidad entre las corrientes que defienden la supremacía naval o terrestre como elementos determinantes en la condición de potencia invencible. 

[16] Varoufakis, Yanis (2023). Tecno-feudalismo: el sigiloso sucesor del capitalismo. Editorial Ariel.

[17] Fundación Poliedro (2024). El mundo según Milei ¿hacia una nueva doctrina de política exterior? Análisis de un año de política exterior. Dirección de Política Exterior y Defensa Nacional. Fundación Poliedro. Diciembre, 2024.

[18] Anzelini, Luciano (2025). “Sindrome de la patrulla perdida”, disponible en https://www.elcohetealaluna.com/sindrome-de-la-patrulla-perdida/

[19] Conferencia Política de Acción Conservadora.

[20] Ades, Alberto (2025). “Trump contra el orden liberal”, disponible en  https://seul.ar/trump-orden-liberal/

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